martes, 31 de julio de 2012

All the lonely people

Yo no quiero conocerlos, pero sus caras me miran, sonrientes, insistentes no me dejan de mirar, parecen estar felices, pero es como una felicidad distante, falsa, fría, de catálogo comercial. Me urgen a hacerme amigo de ellos, me dicen que tenemos muchos amigos en común, pero yo insisto que no quiero conocerlos, que ya tengo suficientes amistades.

Pero en el fondo me empiezo a sentir tan solo y pienso en ello mientras cambio de página y sus caras sonrientes siguen apareciendo y me observan y yo siento una necesidad de mirar por esa ventana, conocer sus vidas perfectas, observar como celebran sus cumpleaños y graduaciones, contar cuántas amigas bonitas tienen y yo me digo que no, que a mi no me interesa eso, pero estoy solo y me urge saber si alguien más se siente como yo, pero todos se ven tan felices en sus fotografías, parecen saber algo que yo no se, han descubierto un secreto que me niegan solo a mi, conocen la clave para no sentirse tan solos.

Por las noches ellos también me observan, mi cara también los acosa insistente, y ven mis fotos sonrientes y piensan que yo debo ser un tipo genial, que debo ser tan feliz y nunca sentirme tan solo, tan solo como ellos.

Ella me inventa cada noche

Ella era escritora, y yo la amaba, la amaba por su forma de escribir.

Los personajes de sus cuentos eran muy similares a todos mis amigos y familiares, me sentía identificado con sus poemas y yo se que secretamente ella escribía pensando en mi, aunque no me conociera.

Por las noches releía sus novelas, y me masturbaba pensando en ella, imaginándola mientras escribía, me escribía a mi.

Personalmente soy más un lector ávido que una persona dada a las letras, pero de vez en cuando yo también me animaba a sentarme a escribir, y el personaje central de mis cuentos era ella, una escritora en sus cuarentas que escribía solitariamente sobre un chico que pensaba en ella, pero ese chico era solo un personaje que ella había creado.

Por eso la amaba, porque ella me creaba a mi a través de la literatura. Noche tras noche, ella iba completando párrafos y era como si me completase a mi, como si le diese sentido a toda mi vida. Sabía exactamente lo que yo necesitaba pensar, me exponía a las situaciones que yo necesitaba experimentar; me conocía demasiado bien, aunque es difícil de explicar.

En el fondo ella no existía, solo existía en mi imaginación de escritor, pero eso yo no lo sabía, o si lo sabía pero me hacía el ciego, o el loco. Por eso no la conocía, porque yo la inventé, y ella me inventaba a mi. Es imposible que dos personas que transitan paralelamente entre historias puedan coincidir, todos saben eso, por eso insisto que no nos conocíamos.

De la noche a la mañana sus libros se convirtieron en un éxito comercial y a pesar de que en un principio me alegré mucho por su situación, luego me alarmé ante la idea de que otras personas me reconocieran en sus obras. 

Empecé a sentirme incómodo, no me gustaba sentirme tan expuesto. Ahora que lo pienso, nunca me gustó la forma en que me describía, yo trataba de explicarles a todos que yo no era así, pero todos sabían que ella me conocía mejor y que la forma en que describía al personaje de sus cuentos era mi mas fiel retrato.

Me cansé de que todos me reconocieran a través de sus obras, y ser el objeto de burlas a mis espaldas. Poco a poco dejé de salir de mi casa, pasaba encerrado el día entero, releyendo sus obras, tratando de buscar algún detalle que hubiese pasado por alto, encontrar alguna prueba de que todos se equivocaban, que el personaje era otra persona, hasta el punto en que se convirtió casi en una obsesión.

Dejé de comer, dejé de dormir, únicamente la leía a ella, con amargura. Entre más leía las hojas cargadas con sus palabras, más detestables me empezaron a parecer; deseaba nunca haber conocido su obra despreciable.

El amor que alguna vez sentí por ella fue transformándose en el más burdo sentido de odio (¡ya ni siquiera podía masturbarme pensando en ella!), hasta que un día decidí que la única solución a todo este asunto es que ella dejase de ser escritora, que dejase de seguir escribiendo sobre mi.

Transcurrió algún tiempo desde que viví aquella penosa situación, nadie supo nunca que pasó con ella, era una escritora en ciernes que tuvo un moderado éxito y prometía mucho en el mundillo literario. Pero como un sauce que se seca con el paso del tiempo, sus ficciones literarias dejaron de fluir, desapareció misteriosamente, simplemente dejó de escribir y nunca más se supo de ella.

No se como explicarles a todos que yo la maté.
No trato de excusarme de mis acciones reprochables, pero les juro que todo fue su culpa. 

Le di vueltas al asunto por noches enteras, cómo convencer a alguien que no conozco para que deje de escribir sobre mi. Realmente era un asunto muy complejo el que tenía entre manos como podrán ver.

Ahora que lo pienso, podría haber escrito un poema, cualquier cosa, una historia en la cual ambos nos hubiésemos conocido y yo le pudiese haber explicado mi situación, convencerla de que ya no escribiera más sobre mi porque era una carga excesiva, que cambiara de tema, que escribiera ensayos, o sobre animales o paisajes, de cualquier cosa excepto sobre mi. Pero habría sido demasiado difícil, porque ni siquiera yo me conozco, y la necesitaba a ella para poder inventarme.

En todo caso, ya es demasiado tarde, porque decidí eliminar todo rastro de lo que había escrito, sentí que era la única forma de deshacerme de ella y evitar que siguiera escribiendo sobre mi. En un arrebato de furia tomé todos mis libros y los tiré violentamente por la casa, arranqué sus páginas sin reparos y con un cuchillo fui apuñalándolos sin vacilar, intentando destruir por completo todas las oraciones que alguna vez había escrito sobre ella.

Extrañamente, de los libros, o de ella, emanaba un líquido rojo y espeso mientras mis manos ensangrentadas enterraban todo lo que yo había escrito sobre ella, y por ende sobre mi. Nunca entendí porqué.

Lo que si me di cuenta, es que al destruir aquellos libros con mis apuntes, también borré todo rastro de mi, algo murió en mi interior y toda la vida dejó de tener sentido alguno, yo me convertí en muchos fragmentos, en algo abstracto e inánime, muy similar a un espectro o un moribundo en estado vegetal. 

Yo trato de explicarle a la policía de que mi único crimen fue destruir mi propia creación literaria, pero ellos insisten en que encontraron su cuerpo desnudo enterrado en el jardín de mi casa, con mis huellas sobre su cadáver.

El juez dice que enfrento cadena perpetua por asesinato en primer grado.
El doctor dice que sufro de esquizofrenia paranoide y debo ser recluido en el hospital psiquiátrico.

Ahora yo no existo, o al menos eso piensa ella, que finalmente dejó de escribir libros sobre mi.
Yo ya no se ni que pensar.

domingo, 29 de julio de 2012

El caos, o la soledad en tu boca

Naturalmente no era a mi a quien buscaban tus ojos, no era yo el objeto de tu deseo. Mientras me contemplabas en la oscuridad, yo me sentía cada vez más transparente, más insignificante.

Aún sabiendo esta verdad ineludible, yo anhelaba ser tuyo, aunque sea por un instante; quería que tus ojos me miraran a mi y no a través mío; aún conociendo lo etéreo de tu naturaleza, lo impermanente de tu presencia.

Con vos no hay espacios para conceptos tan ambiguos como la moral, únicamente existe una promesa incondicional de anarquía. Pronunciar tu nombre es evocar un conjuro, hacer un llamado a la destrucción de todos los lugares comunes.

Y aquella noche yo me aferraba con la vida entera a esa promesa intangible, a tus ojos, que eran un espejo perfecto del caos, a tu boca que era como un fruto mojado, a tu pecho del cual nacía un fuego atemporal.

Posando mis labios sobre los tuyos, dulcemente, violentamente, creamos el vacío con nuestras lenguas entrecruzadas, con cada respiro entrecortado dimos luz un mundo nuevo, un mundo vasto que nos pertenecía, para que luego vos lo destruyeses sin piedad en el instante en que nuestras bocas se separaron, dejando que todo lentamente se deslizara hacia el ocaso, a tu antojo, a tu propio ritmo.

Yo te buscaba a vos, y vos buscabas otra cosa, mientras formábamos elipses con nuestras lenguas, con la luna sobre nuestras cabezas y el mundo girando incontrolable, sin sentido.

De aquel encuentro solo queda un recuerdo lejano, frío y estéril. Por que es como si vos nunca hubieses estado ahí, como si la boca que yo besé fuese la de un espectro, de una proyección que naciese de mi subconsciente.

Ante todo descubrí que aquel sentimiento que queda después de vos me era conocido, y aquella noche me acompañaba a mi, la soledad, sentado en la oscuridad bebiendo los restos de alcohol en las botellas, contemplando la sala fría, los muebles desordenados, los vasos tirados en el piso, ausente.

lunes, 23 de julio de 2012

La espera

Trató de pensar en ella, intentó evocar en su memoria la forma de su rostro, los contornos de su sonrisa, el color de sus ojos, el sabor de sus labios; pero su recuerdo rápidamente se convertía en algo borroso, como la impresión que queda luego de contemplar una luz directamente, una impresión al fin y al cabo, pero abstracta, y más que una imagen, ella se había convertido en una idea, un concepto.

Así la pensaba él, mientras sostenía el teléfono en su mano.
Nerviosamente contemplaba el papel con su número, pero tenía miedo de marcarlo, lo invadía un profundo temor de que todo ese edificio mental que había construido cuidadosamente con recuerdos de ella se derrumbase apenas escuchara su voz, apenas sostuviesen una conversación.

Mucho tiempo atrás se habían conocido, habían hecho suyas las calles inexploradas de aquella ciudad desconocida, hasta el día de su inevitable despedida. Luego solo existía el silencio del vacío que se había creado por ellos, por la distancia insalvable entre personas que llevan vidas paralelas, nunca contrapuestas.

Ahora era distinto, el ya no era él, era otra cosa que no podía descifrar y sobre todo temía descubrir quién era realmente ella, después de todo ese tiempo.

Ante todo, quería que su reencuentro fuese espontáneo, nunca forzado.
Por eso llamarla no era una opción. Solamente quedaba esperar, que se encontrasen aleatoriamente en algún parque, en una estación de metro, en una tienda de libros, en un café.

Así decidió esperarla.
Soñándola, escribiéndole poemas a diario, leyendo libros con personajes que le recordaban a ella, rememorando sus recuerdos (que eran en parte ciertos y en parte ficción).

Y la esperó pacientemente una vida entera, conviviendo con la nostalgia de alguien que desea regresar a un lugar que ya no existe (o quizá nunca existió), pero el encuentro nunca ocurrió.

Porque si la hubiese llamado aquel día, se hubiese enterado de la lamentable noticia de que ella había muerto en un trágico accidente la noche anterior.

Pero él la sigue esperando, noche tras noche, sigue a la espera de un encuentro que nunca sucederá.
Y no le recrimina nada, ni a ella ni a la vida, porque no sabe que ella ya no existe físicamente, únicamente existe como una idea en su mente, una construcción que vive indefinidamente en este mundo, en los recuerdos confusos de una persona que espera, sin ilusiones ni esperanzas creadas, únicamente espera, porque su recuerdo es más que suficiente para seguirla esperando, aún con la fatal incertidumbre de no saber si algún día eventualmente la reencontrará.



La muerte como elección

<<La vida es una espera interminable, cuya única certeza absoluta es la muerte>> pensó.
Vino a su mente un pasaje de un libro que había leído hace mucho tiempo, pero que había quedado grabado permanentemente en él: "El momento de la muerte es algo importante para el ser humano. La manera de nacer no se puede elegir, pero sí la de morir."

Miró por la ventana, y el ajetreo cotidiano de las personas continuaba, el mundo no se detenía, parecía no darse cuenta que para él la vida ya había pasado a ser algo innecesario, distante.

Aún así, contempló detenidamente su cuerpo desnudo, realizando la fragilidad del cuerpo humano, saboreando la solemnidad del momento en el cual se enfrenta a la muerte.

Todo había sido cuidadosamente planificado.
Ingirió las cinco pastillas azules, y se sentó a esperar, como tantas veces había esperado en la vida.
Y así, como una planta que se marchita después de semanas sin agua ni luz, así su cuerpo se marchitó en la soledad de su cuarto débilmente iluminado. Lo único que quedó fue un cuerpo tendido sobre una cama, un simple contenedor de carne y hueso, pero ninguna esencia, ningún rastro de lo que él fue en vida.

Pasados unos días sin que nadie supiera de él, su hermano lo visitó, como habían acordado por teléfono. Al encontrar su cuerpo inerte no se sorprendió, porque ese no era su hermano, era únicamente un cuerpo prestado que alguna vez perteneció a alguien que conoció.

Lo único que encontró aparte del cadáver fue una nota breve:
"He muerto, porque sí, porque lo he elegido conscientemente; porqué no existe libertad verdadera si no se puede ejercer libremente la opción de no vivir."

Nadie lloró, no hubieron lamentos, porque fue ante todo una decisión respetable, una muerte honesta.


domingo, 22 de julio de 2012

Buenos Aires

Buenos Aires más que ciudad, es laberinto.
Es un sinnúmero de calles aledañas inexploradas, que están ahí para ser caminadas, que esconden pequeños cafés, que evocan una especie de nostalgia, un aire de perfección literaria, como si todo fuese producto de la imaginación de un autor.

Es una ciudad que más que para ser visitada, está ahí para ser leída, caminándola sin rumbo determinado, aleatoriamente, hasta encontrar un parque donde sentarse a leer un libro por un rato, para luego continuar, esperando lo inesperado a la vuelta de cada esquina.


lunes, 9 de julio de 2012

La honestidad de tus orgasmos

Nos conocimos, si,
pero no sabíamos hablar,
nuestras lenguas eran muy otras,
nuestros idiomas incomprensibles.

Así que hicimos el amor,
nos dedicamos a hacer el amor,
por mucho tiempo,
indefinidamente.

No hablábamos,
únicamente jadeábamos, gemíamos
pero hacíamos el amor, siempre,
quizá porque no sabíamos como decir eso que sentíamos,
quizá porque era la única forma en que nos sabíamos comunicar.

Cada posición distinta que adoptábamos
era como cambiar de tema de discusión
los roces de nuestros cuerpos eran las letras,
y con nuestros movimientos formábamos palabras,
y al cerrar los ojos, y sentirnos uno dentro del otro,
las palabras dejaban de importar.

y así fue como descubrí que tus senos son como poemas,
que tus curvas sinuosas son tan dignas de explorar,
tu piel tan tersa y suave se asemeja a los sueños de infancia,
y que no hay nada más honesto en este mundo que un orgasmo tuyo.

Una noche más, me encuentro aquí,
con mi miembro erecto, palpitando,
Mientras tu te desnudas lentamente,
y yo, ansioso por estar dentro de ti,
desesperado por iniciar nuevamente nuestra conversación sin palabras,
una conversación siempre incompleta,
pero tan honesta,
tan nuestra.

sábado, 7 de julio de 2012

Té para tres

Mientras la lluvia caía insistente sobre la ciudad, ella jugueteaba con sus dedos, enrollando el mantel de la mesa en la cual estaba sentada, con su mirada perdida en la ventana, observando detenidamente los carros que pasaban sobre los charcos que se formaban en aquella calle apacible.

Visto desde afuera, aquello era un cuadro tedioso, como si el tiempo se hubiese detenido en aquel restaurante, y lo único con vida fuese ella, con su vestido morado de terciopelo, con sus cabellos despeinados y todo lo demás fuese un adorno, puesto ahí para dar contexto a una historia que se desarrollaba en torno a ella.

Pensaba en cuanto detestaba tener que asistir a aquellos eventos sociales, poner su mejor cara, saludar a todos los familiares de su novio como si realmente se alegrase de verlos, como si para ella aún fuese importante.

Era el cumpleaños de su suegra, y a pesar de los intentos por excusarse de asistir, se vio obligada a participar del evento; ¿cómo explicarles que tuvo un día de mierda, y lo último que quería era socializar? como podría explicarles a ellos la tormenta que se avecinaba, la calma inestable que ella sentía desde hace algunos días, como si todo estuviese a punto de estallar.

Su novio notaba algo distinto en ella, desde hacía algunas semanas, no era la misma. Siempre estaba ausente, ahí, cerca, pero ausente, como si flotase en el aire, difusa. Sin embargo, sus pensamientos eran inescrutables, y en sus ojos se levantaba una muralla, como para protegerla de cualquiera que tratase de ver lo que sucedía ahí adentro, en las profundidades de su conciencia.

-¿Quieres pedir algo? -le preguntó su novio, dulcemente-, mientras el mesero esperaba con cara de impaciencia a que ella ordenara.
La pregunta interrumpió su hilo de pensamientos, haciéndola regresar por un instante a aquel entorno gris y lúgubre del restaurante.

Miró la carta distraídamente, finalmente decidió pedir un té verde.

Cuando se lo trajeron, con toda la paciencia del mundo vertió una cucharada de miel en este, viendo caer lentamente la miel liquidambar en la taza y fundirse con el verde claro del agua.

En su mente seguía siempre aquella figura presente, como un espectro, ausente, pero siempre ahí, en el mismo punto; y aquella situación la perturbaba, no podía dejar de pensar en él, en los andenes, en sus conversaciones y en sus encuentros cada vez mas frecuentes.

Un beso, pensó, tan solo fue un beso. No tendría porqué importar.
Pero sabía que si importaba, que ellos habían decidido cruzar la línea borrosa que los separaba, y a partir de ese punto, ya no existía vuelta atrás.

Su novio se encontraba nervioso, quería que su novia le agradase a su madre y a su familia, después de todo, planeaba pedirle matrimonio muy pronto y ella pasaría a ser alguien muy importante en su vida.

La conversación que se llevaba a cabo en aquella mesa era insulsa, como si todos hablasen por hablar, por llenar un vacío, un silencio temido.
Mientras su cuñado charlaba sobre el resultado del partido de fútbol que había transcurrido en la tarde, sintió que su novio le tomaba de la mano por debajo de la mesa, a lo cuál ella no supo como reaccionar. Por un lado, su cuerpo sintió un escalofrío penetrante y rechazó el tacto de su mano sobre la de ella, por otro, sabía que no podía delatar su caos interior con sus acciones, con su frialdad.

Era como si en vez de una persona, realmente fuese dos, con sentimientos encontrados a cada instante; y en medio de ese caos personal, ella iba perdiendo el control, sin saber como encontrar el camino de regreso a la tranquilidad previa que había sido su vida hasta antes de conocerlo a él.

-Oye, ¿estás bien? -preguntó su novio-.
-Si, no es nada -le respondió ella-, tan solo me siento un poco mal, debe ser un resfriado.

Repentinamente, se excusó de la mesa para ir al baño.

Mientras caminaba, sintió que nacían en el fondo de ella unas ganas terribles de salir corriendo, de mandar todo a la mierda, de escogerlo a él, huir juntos hacia algún lugar muy lejano, un lugar con muchas playas, y atardeceres hermosos y cielos despejados.
Imaginó que tendrían muchos hijos, y un perro, y una casa con un jardín enorme, como un oceáno, donde todos pudiesen jugar.
Harían el amor, vivirían del amor, y charlarían sin parar por días, por años, re-descubriendose y enamorándose nuevamente con cada palabra, con cada caricia, con cada mirada.
Ante sus ojos se mostró todo su pasado y un futuro enorme, incierto, un universo privado del que solo ella y él podían participar.

Pero tomando la poca fuerza que le quedaba, decidió regresar, ante todo escogió regresar.
Lentamente, se sentó en la mesa y tomó de la mano a su novio.

Todo estará bien, se dijo.
La calma antes de la tormenta seguía ahí.

Siguió contemplando por la ventana, la lluvia no dejaba de caer.