domingo, 24 de junio de 2018

Lonely days in Panama

Cuando desperté, ya no estaba.
Solo entraba por mi ventana el reflejo de un día gris, mientras los barcos flotaban perezosamente en la bahía.

La mañana anterior cuando los vimos desde la cama, llovía fuera, y el horizonte era borroso. Me preguntó si eran pequeños cayos, islotes de rocas sobresaliendo en el mar.

Me reí, y le dije que no, que si observaba detenidamente eran barcos esperando su turno para el cruce del Canal.

Aunque para mi siempre habían sido más bien pequeñas ciudades flotantes. Especialmente de noche, cuando el cúmulo de luces formaba una hilera de pueblos fantasma, asentados en una orilla lejana.

Pero así como vino, se fue.
Como las pequeñas olas que desde mi ventana veo envalentonarse al chocar contra el malecón, para luego desdibujarse en la inmensidad.

No estaba. Aunque su lado de la cama siguiera cálido, y su aroma flotara vagamente en la habitación.

Un paréntesis que duró apenas un fin de semana, pero en ese refugio nuestro fue casi eternidad.

Un pequeño universo privado que inventamos con mis dedos juguetendo con su cabello al acariciarlo, y con toda la ternura contenida en sus canas que asomaban.

Con nuestros brazos entrelazados, y el contraste de su piel morena contra mi palidez.

Navegando el día entero en esa pequeña balsa que construimos en mi cama, fundiéndonos el uno en el otro, desdibujando cualquier frontera entre nuestros cuerpos.

Alternando a besarnos, charlar y reír; espontáneamente.

Y lo conversamos todo. Nos compartimos como si tuviésemos que ponernos al día después de tanto tiempo de no vernos. Almas lejanas que se reencontraban tras divagar por largo rato.

Su sueño era ligero, así como su forma de ir flotando por la vida. Como si esa frontera entre sueños y realidad no aplicase para ella.

Y sé que repasar esas imágenes es un ejercicio de nostalgia. Es un presionar una pequeña herida que duele, pero que es tan necesaria.

Me asombra descubrirme aún capaz de sentir esa fuerza abrumadora brotando incontrolable, los bríos de la adolescencia mas pura. Y por eso es tan dolorosa la brevedad, por no haber siquiera alcanzado a explorarle un poquito más.

Habiéndome aferrado ese puñado de felicidad por un breve instante, no queda más que soltarlo. Con todo y lo que dura doliendo el aterrizaje en el terreno de lo concreto.

Quizá lo que llaman adultez sea simplemente tener esa capacidad de poder recomponer los pedazos rotos (o barrerlos bajo la alfombra), y levantarse un lunes cualquiera para seguir siendo funcional en lo cotidiano.

Aunque la melancolía perdure ahí en el fondo, y la tenga que acallar a fuerza de música y otras drogas.

Afuera la ciudad se siente lenta. Solo la brisa de los carros que ocasionalmente atraviesan la avenida interrumpe brevemente su letargo. Veo una nube grande y cargada a lo lejos, la tormenta que se avecina.

Para mi esa tormenta ya es una vieja amiga: los blues del domingo por la tarde, el bajoneo existencial.

De nuevo solo en este pequeño paraíso tropical donde siempre llueve.
Mi pequeño limbo, del cual espero algún día escapar.

1 comentario:

Meliza dijo...

Y entre risas, sonrisas, alcohol y un poco de porro, nos re-inventamos.
Observando el horizonte con el océano como telón de fondo y unos pequeños cayos que intentan agarrarse de la profundidad un poco tímidos de salir a superficie, con miedo de ser descubiertos por ojos observadores (para su fortuna, los míos no tanto)
Quizás un reflejo de nosotros; nosotros que atrevidos, locos, sonrientes sentimos el mismo miedo, de ser juzgados, de ser observados, decidimos salir a flote, aunque fuera por un fin de semana, a disfrutar cada una de las olas cuyas crestas espumantes nos inviten fluir en ese ir y venir, sin miedo a que se revienten en nuestras espaldas, a disfrutar el sabor salado que arrastran. Si, disfrutar lo salado también es hermoso, y lo hicimos con una sonrisa siempre.
¿Mi lunes? El mío no fue melancólico, todo lo contrario, me levante justo en esa frontera que tu describes, entre sueño y realidad (que al final es mi constante realidad), asombrada una vez más con el universo por permitirnos mezclarnos, casi que fusionarnos y ser uno, tú con tu tez clara y la mía que refleja los saludos al sol de cada día. ¡Gracias universo, océano, cayos, Panamá y sobre todo a ti!
Nos vemos pronto, quizás en mis sueños? ¿O en mi realidad?
¡Déjame una nota con Morfeo y nos encontramos en la frontera!