viernes, 28 de marzo de 2014

La soledad del extranjero

No existen países, abajo con esa necedad.

Un país es ante todo una ficción,
      un recuerdo impuesto,
programado.

Una nacionalidad es un azar, por que uno realmente nunca decide donde nacer.
Una nación se construye de fronteras difusas, inexistentes.
Su geografía es el borde amarillento de mapas enmohecidos en las bibliotecas del ayer.

Lo que si existen son comunidades; de personas, seres humanos que se congregan, interactúan, se buscan entre sí constantemente.

Ciudades luminosas que las personas frecuentan, y que dejan sentir el calor que emana de ese fuego, un fuego que no es combustible, si no que nace de la pertenencia en un grupo de otros similares a uno.

El extranjero es uno que busca, conversaciones, ideas, imágenes.
Es uno que reconoce que el azar no es necesariamente un ancla, sino tan solo un punto de partida.

Ser extranjero permite un experimento ingenioso.
Este consiste en colocarse a uno mismo bajo diversas situaciones, enfrentarse a los mas inverosímiles contextos, preguntarse si uno en ese lugar puede llegar a ser todo su potencial (por que uno en el fondo es eso, un cúmulo de posibilidades).

El extranjero viaja, por que sabe que es lo que tiene que hacer.
Se imagina a si mismo un gregario, un errante. Pero al final la comunidad siempre le llama, aún cuando no sepa donde se encuentra, aún cuando no tenga clara noción de lo que está buscando. Con una intuición siempre que lo mueve, le llama tácitamente a buscarse a si mismo en sus otros.

Ser extranjero es ser incompleto; un constante errar por caminos solitarios,
tratar de llenar muchos vacíos, la mayoría de veces en vano.

A veces lo logras, solo a veces, el extranjero soy yo.

jueves, 27 de marzo de 2014

j. y los museos

A j. le gusta visitar los museos, para ella es una especie de ritual.

Aquella tarde decidió visitar una exposición sobre mitología hinduista, la cual encontró casi por azar mientras caminaba distraídamente por el centro de ese laberinto/ciudad.

Su mochila va siempre cargada de libros, libros que le gusta leer en los parques, que en su mayoría tratan sobre viajes y lugares lejanos y exóticos; con el peso de la mochila su paso era lento, mientras bajaba por las escaleras de acceso al museo.

Entró a aquel maravilloso recinto cargado de decoraciones temáticas, y unas hermosas mandalas coloridas que colgaban sobre el techo inmediatamente llamaron su atención.

La larga caminata la había agotado, así que decidió acostarse a descansar sobre una banca que se encontraba en el lobby del museo.

Mientras contemplaba el techo de concreto, cerró sus ojos y con ellos imaginó millones de estrellas, constelaciones de infinitas formas, puntos que ella jugaba a conectar con trazos aleatorios, un universo privado reservado solo para ella entre aquel cielo falso de hormigón que cubría todo el museo.

Luego de pagar su entrada, bajó por la rampa que daba acceso a la galería principal. Despistada, entregó su boleto al joven que cuidaba la entrada al recinto, quién le abrió desganadamente, cansado de tener que estar ahi trabajando aquella tarde.

Al entrar todo estaba sumido en una tenue luz que daba una vaga sensación a algo místico, un secreto perfectamente escondido. Lentamente su corazón se fue llenando de alegría y emoción. No conocía mucho sobre el hinduismo ni las religiones orientales, pero desde hace algún tiempo se había sentido atraída hacia ellas y estar ahí le daba una sensación de nostalgia, de sentir que en alguna vida pasada ella había participado de todo lo que se presentaba ante sus ojos.

Pausadamente recorrió la exposición, aprendiendo sobre Shiva, Parvati, Ganesha y las múltiples manifestaciones de los dioses del hinduísmo. Todo aquello le parecía maravilloso, tan lleno de asombro.

Finalmente, se detuvo ante un cuadro, estuvo contemplándolo por horas. En el se presentaba una escena de Shiva y Parvati, junto a sus hijos en una peregrinación. Se preguntó hacia donde se dirigirían, fue tratando de absorber uno a uno los detalles del fino trazo a mano en aquella composición de gouache, oro y plata; pensó en cuanto le gustaba pintar y que tenía mucho tiempo ya de no hacerlo.

Parada ahí, frente a aquel retrato, no pudo contener sus emociones; se dejó envolver por una tristeza muy profunda. Aquel cuadro le produjo algo, algo que ella sabía.

Sabía que en otro paralelo, ella había estado ahí, en ese mismo lugar, tomando de la mano a i. mientras comentaban sobre lo hermoso de los detalles del cuadro, y el le acariciaba su pelo despeinado, dándole un beso en su mejilla, diciéndole cuánto la quería. Que habían salido del museo al viento frío de la tarde, caminado tomados del brazo por las avenidas de aquella ciudad, soñando en poder caminar por las calles libremente, conversando la noche entera sin parar.

De regreso a casa, j. tomó el metro y luego subió al bus. Era una rutina que conocía de memoria.

Contempló por la ventana el cielo nublado, pensó que su universo privado ya no estaba ahí, que quizá i. tampoco estuvo en el para empezar, que fue tan solo producto de su imaginación; pero ella sabía que en el fondo eso no era cierto, que el también pensaba en ella por las tardes, aunque hace tiempo ya que i. no estaba acá.

jueves, 20 de marzo de 2014

Otoño, paréntesis.

Otoño.
Como aquella vez que fui a tu casa y decidímos salir a caminar un rato, y a medio camino nos sorprendió la lluvia, y no supimos que otra cosa hacer.

Así que ahí, en plena inocencia, jugamos a revolcarnos entre las hojas, nos abandonamos a la lluvia y al olor a tierra húmeda. Mis dedos jugueteaban a enrollarse entre los tuyos y reíamos desenfrenadamente, porque si, porque nada más importaba.

Nos recuerdo en tu casa, tomando un té, mientras esperábamos a que la ropa se secara; 
el zumbido estéril de la secadora inundaba la habitación, llenaba los vacíos entre nosotros. 

Todo era blanco.

Vos con el pelo empapado, con una manta sobre tus hombros para quitarte el frío. 
Vos con la mirada perdida en la ventana, en las nubes grises, mientras la cucharada de miel se deslizaba lentamente entre la taza. 

Y yo pensando que todo era perfecto, que no había nada más;
que jamás te había visto de esa forma, tan expuesta, tan vos misma.

Y lo construímos todo a fuerza de pequeños instantes como ese. Siempre nos dimos esa libertad.

Llegado el otoño, siempre me invade un vago sentimiento a nostalgia; y recuerdo esos instantes que quedaron grabados, como pequeñas notas al margen del cotidiano, garabatos que solo vos y yo sabemos comprender.

Instantes, paréntesis, fragmentos en los que el tiempo se detuvo y que por si mismos bastan para llenar de vida a todo lo demás que creemos importante.

(paréntesis)

jueves, 13 de marzo de 2014

Las distintas versiones de uno mismo.

Despertás. 
Otra vez tarde; no sonó el despertador, o seguro si lo hizo y lo apagaste entre sueños.

Dudas entre ducharte o no, pero optás por la primera.
Te vestís con tu atuendo de martes, mientras el olor a café inunda la sala.

Corrés al metro, otra vez vas tarde. 

Vas rumbo al trabajo, como todos los días.
Todo eso ya lo conocés. La misma ruta que sabés de memoria, que podrías recorrer con los ojos cerrados, casi podes sentirla en el paladar.

Pero ese día, un martes cualquiera, mientras caminás a paso apresurado, das con tu reflejo en el escaparate de un edificio. Siempre ha estado ahí, pero hoy lo notaste.

Y sabés que esa vitrina inerte es un testimonio.

Esa vitrina es un espejo que te observa, y tu reflejo te recuerda cúanto tiempo ha pasado, casi treinta años de vida ya.

Que si se le mira bien es nada, comparado a la historia de la humanidad, al proceso de transformación de la tierra, al big bang.

Treinta años, un mero abrir y cerrar de ojos.
Y sin embargo, en ese diminuto instante, ese paréntesis de tiempo, has sido tantas versiones distintas de vos mismo.

Ahí frente a ese espejo transparente, caes en la cuenta de que sos el mismo. Los mismos ojos, el mismo peinado, el mismo nombre, el mismo atuendo de martes, el mismo que camina a diario por esa misma vereda, a la misma hora, rumbo al mismo edificio. 

Sos la misma persona, si, pero no sos vos, nunca sos vos.