domingo, 29 de julio de 2012

El caos, o la soledad en tu boca

Naturalmente no era a mi a quien buscaban tus ojos, no era yo el objeto de tu deseo. Mientras me contemplabas en la oscuridad, yo me sentía cada vez más transparente, más insignificante.

Aún sabiendo esta verdad ineludible, yo anhelaba ser tuyo, aunque sea por un instante; quería que tus ojos me miraran a mi y no a través mío; aún conociendo lo etéreo de tu naturaleza, lo impermanente de tu presencia.

Con vos no hay espacios para conceptos tan ambiguos como la moral, únicamente existe una promesa incondicional de anarquía. Pronunciar tu nombre es evocar un conjuro, hacer un llamado a la destrucción de todos los lugares comunes.

Y aquella noche yo me aferraba con la vida entera a esa promesa intangible, a tus ojos, que eran un espejo perfecto del caos, a tu boca que era como un fruto mojado, a tu pecho del cual nacía un fuego atemporal.

Posando mis labios sobre los tuyos, dulcemente, violentamente, creamos el vacío con nuestras lenguas entrecruzadas, con cada respiro entrecortado dimos luz un mundo nuevo, un mundo vasto que nos pertenecía, para que luego vos lo destruyeses sin piedad en el instante en que nuestras bocas se separaron, dejando que todo lentamente se deslizara hacia el ocaso, a tu antojo, a tu propio ritmo.

Yo te buscaba a vos, y vos buscabas otra cosa, mientras formábamos elipses con nuestras lenguas, con la luna sobre nuestras cabezas y el mundo girando incontrolable, sin sentido.

De aquel encuentro solo queda un recuerdo lejano, frío y estéril. Por que es como si vos nunca hubieses estado ahí, como si la boca que yo besé fuese la de un espectro, de una proyección que naciese de mi subconsciente.

Ante todo descubrí que aquel sentimiento que queda después de vos me era conocido, y aquella noche me acompañaba a mi, la soledad, sentado en la oscuridad bebiendo los restos de alcohol en las botellas, contemplando la sala fría, los muebles desordenados, los vasos tirados en el piso, ausente.

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