sábado, 7 de julio de 2012

Té para tres

Mientras la lluvia caía insistente sobre la ciudad, ella jugueteaba con sus dedos, enrollando el mantel de la mesa en la cual estaba sentada, con su mirada perdida en la ventana, observando detenidamente los carros que pasaban sobre los charcos que se formaban en aquella calle apacible.

Visto desde afuera, aquello era un cuadro tedioso, como si el tiempo se hubiese detenido en aquel restaurante, y lo único con vida fuese ella, con su vestido morado de terciopelo, con sus cabellos despeinados y todo lo demás fuese un adorno, puesto ahí para dar contexto a una historia que se desarrollaba en torno a ella.

Pensaba en cuanto detestaba tener que asistir a aquellos eventos sociales, poner su mejor cara, saludar a todos los familiares de su novio como si realmente se alegrase de verlos, como si para ella aún fuese importante.

Era el cumpleaños de su suegra, y a pesar de los intentos por excusarse de asistir, se vio obligada a participar del evento; ¿cómo explicarles que tuvo un día de mierda, y lo último que quería era socializar? como podría explicarles a ellos la tormenta que se avecinaba, la calma inestable que ella sentía desde hace algunos días, como si todo estuviese a punto de estallar.

Su novio notaba algo distinto en ella, desde hacía algunas semanas, no era la misma. Siempre estaba ausente, ahí, cerca, pero ausente, como si flotase en el aire, difusa. Sin embargo, sus pensamientos eran inescrutables, y en sus ojos se levantaba una muralla, como para protegerla de cualquiera que tratase de ver lo que sucedía ahí adentro, en las profundidades de su conciencia.

-¿Quieres pedir algo? -le preguntó su novio, dulcemente-, mientras el mesero esperaba con cara de impaciencia a que ella ordenara.
La pregunta interrumpió su hilo de pensamientos, haciéndola regresar por un instante a aquel entorno gris y lúgubre del restaurante.

Miró la carta distraídamente, finalmente decidió pedir un té verde.

Cuando se lo trajeron, con toda la paciencia del mundo vertió una cucharada de miel en este, viendo caer lentamente la miel liquidambar en la taza y fundirse con el verde claro del agua.

En su mente seguía siempre aquella figura presente, como un espectro, ausente, pero siempre ahí, en el mismo punto; y aquella situación la perturbaba, no podía dejar de pensar en él, en los andenes, en sus conversaciones y en sus encuentros cada vez mas frecuentes.

Un beso, pensó, tan solo fue un beso. No tendría porqué importar.
Pero sabía que si importaba, que ellos habían decidido cruzar la línea borrosa que los separaba, y a partir de ese punto, ya no existía vuelta atrás.

Su novio se encontraba nervioso, quería que su novia le agradase a su madre y a su familia, después de todo, planeaba pedirle matrimonio muy pronto y ella pasaría a ser alguien muy importante en su vida.

La conversación que se llevaba a cabo en aquella mesa era insulsa, como si todos hablasen por hablar, por llenar un vacío, un silencio temido.
Mientras su cuñado charlaba sobre el resultado del partido de fútbol que había transcurrido en la tarde, sintió que su novio le tomaba de la mano por debajo de la mesa, a lo cuál ella no supo como reaccionar. Por un lado, su cuerpo sintió un escalofrío penetrante y rechazó el tacto de su mano sobre la de ella, por otro, sabía que no podía delatar su caos interior con sus acciones, con su frialdad.

Era como si en vez de una persona, realmente fuese dos, con sentimientos encontrados a cada instante; y en medio de ese caos personal, ella iba perdiendo el control, sin saber como encontrar el camino de regreso a la tranquilidad previa que había sido su vida hasta antes de conocerlo a él.

-Oye, ¿estás bien? -preguntó su novio-.
-Si, no es nada -le respondió ella-, tan solo me siento un poco mal, debe ser un resfriado.

Repentinamente, se excusó de la mesa para ir al baño.

Mientras caminaba, sintió que nacían en el fondo de ella unas ganas terribles de salir corriendo, de mandar todo a la mierda, de escogerlo a él, huir juntos hacia algún lugar muy lejano, un lugar con muchas playas, y atardeceres hermosos y cielos despejados.
Imaginó que tendrían muchos hijos, y un perro, y una casa con un jardín enorme, como un oceáno, donde todos pudiesen jugar.
Harían el amor, vivirían del amor, y charlarían sin parar por días, por años, re-descubriendose y enamorándose nuevamente con cada palabra, con cada caricia, con cada mirada.
Ante sus ojos se mostró todo su pasado y un futuro enorme, incierto, un universo privado del que solo ella y él podían participar.

Pero tomando la poca fuerza que le quedaba, decidió regresar, ante todo escogió regresar.
Lentamente, se sentó en la mesa y tomó de la mano a su novio.

Todo estará bien, se dijo.
La calma antes de la tormenta seguía ahí.

Siguió contemplando por la ventana, la lluvia no dejaba de caer.

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